De cómo empecé en la genealogía

De ratones, reyes y otras genealogías

Mauricio Meléndez Obando

 

Una de mis grandes pasiones ha sido la genealogía, y desde 1984 me he dedicado sistemáticamente a investigar los orígenes familiares de los costarricenses, pero lo que no saben muchos es que las raíces de esa pasión están en mi infancia...

Vivíamos en la vieja casa de madera, en Paso Ancho, la primera residencia de los Meléndez Obando, y tendría yo unos cinco años aproximadamente... Pues bien, como en toda buena casa de madera, no podían faltar unos huéspedes algo molestos para algunos y de terror para otros: los ratones.

Papá acostumbraba poner ratoneras de esas que capturaban al animalito vivo y esto me generaba gran expectativa pues yo los quería ver de cerca e, incluso, para asombro de todos, tocarlos y tenerlos como mascotas.

Como siempre, mi madre dispuesta todo el tiempo a entender y atender las necesidades de otros, me ayudó a elaborar una improvisada jaula de cartón para tener a mi nueva mascota: el último Mus musculus que había caído en la trampa...

No recuerdo bien el destino del pobre roedor, pues simplemente desapareció. Ignoro si logró huir, fue liberado por mi madre o sacrificado por mi padre (tengo un vago recuerdo de que el animalito logró escapar de su prisión).

 

casaratonesreyes

La primera casa donde vivimos era de madera y la construyó mi tío
Amancio Meléndez Jiménez (q.d.D.g.), entre 1960 y 1961.
(Foto: Óscar Meléndez, 1961).

 

En fin, pasaron los años, y la fascinación por los ratones –y los animales en general– se mantuvo, tanto así que mi madre me compró en diversas oportunidades libros sobre fauna, particularmente recuerdo (y conservo) El Atlas del Mundo Animal, el cual me regaló –si no me equivoco– al acabar la primaria.

Sería por eso que tuve ratones, ratas, arañas, culebras, hormigas, milpiés, ciempiés, mariasecas, escarabajos, gatos, perros, ardillas, conejos, peces, tortugas, cuilos, lagartijas, pericos, murciélagos, viudas, yigüirros, comemaíces, gallinas, palomas y no sé si se me olvida algún animal...

El gusto por la fauna se mantiene todavía, aunque ahora más como simple observador: tanto en la naturaleza misma como en los programas que transmiten por el NatGeo, Animal Planet o el Discovery.

Pues bien, luego de cursar el primer año en el Liceo de Costa Rica, surgió un nuevo pasatiempo que descubrí en un diccionario enciclopédico que había comprado Papá para que nos ayudáramos –mi hermana, Edda, y yo– en las tareas del colegio.

El hobby consistía en rastrear los nombres de los reyes de las distintas casas reales europeas: Así, por ejemplo, Fernando el Católico (1452-1516) resultaba ser hijo de Juan II, rey de Aragón, (1398-1479), quien sucedió en el trono a su hermano Alfonso V (1416-1458), rey de Aragón y Cataluña, y así sucesivamente hacia atrás. De esta manera descubrí la genealogía, aunque en aquel momento ni siquiera sabía que así se llamaba...

Eso fue en vacaciones de tres meses (diciembre de 1977, enero y febrero de 1978), además de dormir, ver televisión y jugar con mis primos en “el cerco” (como le decíamos a la propiedad de abuelo Arturo y abuela Rosa), dedicaba buena parte del tiempo a hacer genealogía de las familias reales; fue también cuando descubrí la onomástica y la historia... A papá, que era muy estricto en aquellos años, no le gustaba mucho que yo “malgastara” mi tiempo en eso –que no era para lo que había comprado las enciclopedias–, pero mi madre siempre abogaba y defendía los pasatiempos inofensivos que mantenían la mente ocupada...

Pues bien, en el proceso de interesarme por las genealogías de reyes y reinas, pensé en los padres y abuelos de mis progenitores y en los de mis propios abuelos... Así que entrevisté a los míos para saber quiénes habían sido sus padres y sus abuelos. De esas entrevistas –realizadas en 1978– quedó una simple hojita con los nombres de mis padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, incluso logré recuperar el nombre de algunos cuartos abuelos (es decir, los que siguen a los tatarabuelos)...

Esa hojita la doblé y guardé en “mi caja fuerte” como si se tratara de un tesoro invaluable. La caja fuerte, que tenía cerradura, no era otra cosa que una mesita de noche que me había cedido Mami y que hizo papá en tiempos remotos por encargo de ella, cuando todavía el matrimonio no estaba entre los planes de ninguno de los dos.

 

En 1978, compré algunos ratones blancos en San José.
Aquí los roedores ya habían sido desahuciados de la casa
por mi madre. A la izquieda, mi primo Bernardo Calvo Meléndez.

 

Mientras, mi interés por los roedores había seguido, por lo que en uno de los tantos viajes que hice a San José, me dirigí a Drs. Echandi a comprar un par de ratones blancos. Al principio, los tenía en mi cuarto, en una jaula que improvisé con un cajón que había encontrado en el taller de ebanistería de mi padre.

Mamá siempre ha sido muy tolerante, pero compartir vivienda con una pareja que se reproduce aceleradamente y cuyo olor no resultaba muy grato, rebasaba sus límites. Recibí un ultimátum: si quería seguir viviendo en la casa, los ratones debían ser trasladados a una distancia prudencial...

Primero los pasé con todo y jaula a una más grande donde habíamos tenido conejos y gallinas, y luego –ya en el año 79– con la ayuda de mi primo Eliécer Calvo Meléndez, construí la casita de los ratones y “las cosas raras” como llamaba mi prima Rocío Obando a las particulares pertenencias que guardaba ahí.

Para no hacer muy larga la historia, resulta que mi primo José Ross Meléndez –que conocía de mi interés por los animales– me invitó en diciembre de 1981 a acompañarlo a la sección de ofídicos de la DIS, donde él visitaría al Dr. Rafael López Calleja Quesada.

La verdad, las serpientes me parecieron muy interesantes, sobre todo una boa enorme que medía más de cuatro metros, pero lo que capturó inmediatamente mi atención fue la gran colección de ratones del doctor, pues los tenía negros, blancos, cafés, manchados y sin cola –resultado de la mezcla que había hecho de ratón doméstico con ratón de laboratorio–, y los cuales servían de alimento para los reptiles

Obviamente no pude ocultar mi emoción y el señor, muy amable, me dijo que me llevara uno de cada tipo. Salí de ahí con cinco o seis ratones, a los que además había salvado de convertirse en la cena de alguna culebra hambrienta.

 

En aquellos años llevaba una bitácora con los principales hechos relacionados
con los ratones.

 

Segunda etapa

 

De esta nueva experiencia con ratones, pasaría a la segunda etapa de la genealogía. En las clases de ciencias estábamos viendo las leyes de Mendel, aquellas que pueden predecir la herencia de ciertas características –dominantes o recesivas– en plantas y animales.

Tratando de comprobar tales leyes, cruzaba los ratones negros y blancos, blancos y cafés, con cola y sin cola, etc., etc., y realizaba todo tipo de anotaciones en una bitácora; una de ellas consistía en llevar una genealogía detallada de los ratones (a los que además bautizada con nombres muy sugerentes: Berta, Nitzi, Colicorto, Nego, Bianco, Chuqui, Gemela…), realizar estadísticas y hasta describir el genotipo de los roedores.

Este pasatiempo continuó hasta concluir el colegio pero, al ingresar a la universidad (1982), cuidar los ratones se complicaba y aunque mi madre algunas veces lo hacía –no muy gustosa por cierto– o Eliércer –a quien le pagaba para ello–, todos los roedores (cerca de un centenar) obtuvieron su libertad incondicional en enero de 1984... En ese tiempo, mi padre tampoco hacía muy buenos ojos con mi pasatiempo preferido pues de poquito en poquito quién sabe cuánto arroz y frijoles se habrán comido mis mascotas.

Por cierto, años después de la liberación, todavía aparecían en el barrio ratones con manchas el vientre o con un color más claro del habitual en los ratones domésticos.

 

Mis primeros cuadros genealógicos… de ratones (este es de octubre de 1982).

 

Después, un día cualquiera, cuando cursaba el segundo año en la universidad, encontré aquella hojita con el nombre de mis antepasados mientras acomodaba los valores de mi caja fuerte. Repasé detenidamente los nombres de mis bisabuelos: por el lado de Mami, María Quirós, Domingo Vega, Jesusa Zúñiga y Jesús Obando; por el lado de Papi, María Cordero, Manuel Jiménez, Antolina Araya y Ramón Meléndez... Luego los tatarabuelos: por el lado de Mami, Teresa Carvajal, Domingo Vega, Magdalena Sánchez, Eustaquio Quirós, Magdalena Bonilla, Ramón Zúñiga, Remigia Fernández y Miguel Obando; por el lado de Papi, Inés Retana, Antolino Cordero, Juana Barboza, Raimundo Jiménez, Jacoba Orozco, José Araya, Timotea Zúñiga y Pedro Meléndez. Y de pronto surgió la pregunta: “¿Quiénes habrán sido los padres y abuelos de mis tatarabuelos?”

Ya para esa época, en el medio cultural costarricense, el nombre de Carlos Meléndez Chaverri era reconocido pues este historiador había publicado gran cantidad de libros y era profesor destacado de la Universidad de Costa Rica.

Entonces, recuerdo que busqué su número telefónico en la guía y, sin mayor dilación, lo llamé para consultarle sobre la familia Meléndez. Don Carlos –con aquella voz grave y pausada que tenía– me explicó que posiblemente “mis Meléndez” tenían un parentesco lejano con “sus Meléndez”, pues su bisabuelo había sido oriundo de Desamparados, cantón cercano a San Sebastián, de donde eran los míos.

En fin, eso resultó ser cierto, pero su ayuda más invaluable fue conocer acerca de la existencia de los archivos históricos, donde –me explicó– se custodiaban los documentos más antiguos del país. Además, me permitió usar su nombre en tales archivos. Así, mi presentación formal “Mi nombre es Mauricio Meléndez, vengo de parte de don Carlos Meléndez...” me abrió las puertas, con más facilidad que la habitual, en un país donde las influencias siempre cuentan... Por supuesto, nunca aclaraba que don Carlos era un pariente muy, muy, lejano... y la gente tampoco preguntaba si yo era hijo suyo… lo suponían…

El resto es historia: empecé rastreando todos mis antepasados, pero a mi interés genealógico se sumó el histórico; es decir, no solo quería conocer el nombre de mis ancestros, sino qué habían hecho, quiénes habían sido como sujetos sociales y en qué tipo de realidad histórica les había correspondido vivir... Cuando acabé con toda la serie de mis antepasados, me interesé en los de mi cuñado, en los de mis tíos y tías políticas, en los de los parientes más lejanos y amigos, y, finalmente, en los de todos los costarricenses.