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Todos descendemos de migrantes

 

La historia de don Fernando Díez Losada nos hace reflexionar sobre una verdad irrefutable

 

Mauricio Meléndez Obando

 

  El título de esta breve nota parece verdad de Perogrullo, y aunque lo es no solemos pensar en este hecho irrefutable.

La humanidad ha recorrido –ahora sí– todos los rincones del globo terráqueo y está hoy en todas partes, desde que por primera vez, hace miles de años, abandonó caminando el continente africano para poblar el mundo. Solo en los cascos polares no habita el ser humano, pero sí ha establecido campamentos de investigación.

Precisamente, este pensamiento vino a mi mente hace poco, cuando estaba en la celebración de los 80 años de don Fernando Díez Losada (2 de diciembre de 1934), natural de Valladolid, Galicia, hijo de don Fernando Díez Blanco y doña Julia Losada Rodríguez. Pocos años después de haberse ordenado fraile dominico, cruzó el Atlántico –como lo hicieron miles de sus coterráneos en los últimos 522 años–.

 

 

Fray Fernando Díez (dominico).

 

Además, su historia me recordó la de una parte de mis antepasados que llegaron a América y debieron enfrentar múltiples vicisitudes; vinieron –muchos– con la idea de volver a la vieja península que los vio nacer, pero quedaron “atrapados” en estos lares allende la Mar Océano.

En la década de 1960, don Fernando arribó primero a Nueva York, Estados Unidos, donde sirvió en diversas iglesias de barrios latinos, irlandeses e italianos. De ahí pasó a Nicaragua, adonde llegó en barco, a cumplir el llamado de la evangelización.

 

Don Fernando Díez Losada,
de poco más de 30 años.

Ahí se dedicó a las labores de su cargo, fundó una escuela para niños y añadió la dirección de las ligas infantiles de béisbol en Chinandega –y logró el subcampeonato mundial–. “Desde el púlpito llamó a la gente a luchar contra la dictadura en busca de la justicia social a través del voto”, cuenta su primogénita, Marta Julia.

En Nicaragua conoció también a quien lo haría colgar el hábito –Marta Lira Arauz– y pedir el consentimiento papal para casarse. Con ella contrajo matrimonio en Chinandega, el 9 de setiembre de 1972. En ese lugar nacieron sus dos primeras hijas: Marta Julia y María Fe, y vivieron buenos momentos durante 5 años junto a la enorme familia que lo acogió como un miembro más y los apoyó a ambos: los Arauz.

En tiempos coloniales y aun en el siglo XIX, no conozco ningún caso de algún cura que haya colgado los hábitos para casarse, pero sí conocemos numerosos sacerdotes que dejaron abundante prole que llega hasta nuestros días… Quien estas líneas escribe proviene de uno de esos curas traviesos, firmante del acta de Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica.

Luego vinieron tiempos convulsos en la hermana República de Nicaragua, la lucha contra la dictadura de los Somoza se intensificó en 1978 (caería finalmente en julio de 1979) y don Fernando, doña Marta y las dos niñas debieron abandonar el país. Viajaron a España con la esperanza de volver a Chinandega una vez terminada la guerra pero eso no pudo ser.

Su hija Marta Julia afirma: “Costa Rica era la mejor opción: lo suficientemente lejos de la destrucción de la posguerra nicaragüense, y lo suficientemente cerca de la familia que quedaba allí. Fernando y los suyos se instalaron en San José, en 1979, para escribir las primeras letras en el libro de su nueva realidad”.

Pese a la crisis que se avecinaba en la década de 1980 en Costa Rica, ocurrieron grandes acontecimientos y surgieron grandes oportunidades: nació María José, la cumiche tica, y don Fernando fue contratado como traductor en el Banco Central.

Empieza a escribir sobre su gran pasión, el idioma, en La Prensa Libre, donde por seis años publicó una columna diaria que se llamó “Cosas del idioma”; mientras lo hacía, terminó sus estudios en Filología Española.

Nunca más regresaría a Nicaragua –salvo para pasear– y su arraigo en Costa Rica fue definitivo…

En 1990, Eduardo Ulibarri, entonces director de La Nación, le ofreció un puesto como corrector de estilo y lo invitó a escribir una columna semanal para temas referidos a la corrección en el uso del lenguaje. Ese fue el origen de la “Tribuna del idioma”, que ha sobrepasado las 1000 ediciones.

Más tarde, en 1999, nació su nieto Luis Fernando Alabi Díez –de padre nigeriano, que migró de África a Europa y, posteriormente, a Canadá donde conoció a Marta Julia–, a quien es muy unido.

Así, la familia de don Fernando reúne a España, Nicaragua y África en Costa Rica, como la historia de la mayoría de los ticos reúne el encuentro ancestral entre españoles, amerindios y africanos, remezclados una y otra vez al cabo de cinco centurias.

 

Don Fernando, doña Marta, Marta Julia, María José, Luis Fernando y María Fe.
(Foto: M. Meléndez).

 

Por eso, cuando en medio del relato que le dedicó su primogénita se intercalaron las canciones “Y viva España”, “Nicaragua, Nicaragüita” y “Mi linda Costa Rica”, es fácil comprender la historia de los migrantes, sus afectos, sus renuncias y sus adopciones.

 

 


 

 

 

 

 

 

Imágenes de la celebración de los 80 años de don Fernando.

Don Fernando observa el "collage" que le prepararon sus hijas, que muestra un recorrido por las principales
vivencias de este filólogo y filósofo español, nacionalizado costarricense. (Foto: M. Meléndez).

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Don Fernando y doña Marta cuando escuchaban la emotiva síntesis de la biografía que preparó
Marta Julia para su progenitor, en Jardín Toscana, Llorente de Tibás. De ahí tomamos buena parte
de la información que hemos recogido sobre la vida de don Fernando. (Foto: M. Meléndez).