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Las genealogías de Alajuela, de Obregón Loría

 

Mauricio Meléndez Obando

 

Rafael Obregón Loría nació en San José, en 1911, en el hogar conformado por Miguel Obregón Lizano y Clotilde Loría Iglesias, ambos alajuelenses; don Miguel fue educador y promotor de las bibliotecas nacionales, por eso la Biblioteca Nacional lleva su nombre.

De acuerdo con Leonardo Mata, “desde joven, don Rafael aprendió la geografía, historia y astronomía, hurgando en la gran biblioteca de su progenitor. Su capacidad autodidacta forjó su amplio conocimiento en esos campos, que le mereció el respeto del país, en especial en colegios de secundaria. Por su calidad docente, la Secretaría de Instrucción Pública le hizo Profesor de Estado”.

A don Rafael, se le conoce más como profesor e historiador consumado, sin embargo, una faceta no menos importante es la elaboración de las genealogías de la parroquia central de Alajuela, la de San Juan Nepomuceno, para el periodo 1790-1900.

Este voluminoso y serio trabajo de Obregón Loría estaba en custodia del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, donde se guardó por mucho tiempo sin darle ningún uso.

Antes de su publicación, uno podía consultar el trabajo de Obregón Loría sin ningún problema en el citado museo (al menos esa fue mi experiencia). El soporte documental que usó don Rafael fueron fichas y estaban ordenadas alfabéticamente y por generaciones.

Lo único que echamos de menos en su trabajo fue la mención de la categoría sociorracial que se daba en tiempos coloniales a las personas (en las partidas bautismales, matrimoniales y de defunción) y que es información vital en la búsqueda genealógica de esa época. Suponemos que Obregón lo omitió pues estas categorías sociorraciales (español, indio, mestizo, mulato, negro, etc.) podían parecer a los ojos de los costarricenses del siglo XX odiosas reminiscencias racistas. Sin embargo, como expliqué en Principios que debe seguir el buen genealogista, para la época colonial son datos relevantes, porque nos permiten ubicar a las personas en el contexto sociorracial en que vivieron.

Posteriormente, la dirección del Museo –entonces a cargo de Raúl Aguilar Piedra–, por sugerencia de Roberto Solórzano Sanabria, tomó la determinación de publicarlas, con la participación de gran cantidad de personas.

El primer tomó salió en 1993, el segundo y el tercero en 1995, el cuarto en 1996, el quinto y el sexto en 1997, y el sétimo en 1999. El tomo sétimo incluye un listado de las mortuales de Alajuela que se custodian en el Archivo Nacional de Costa Rica. Posteriormente se publicó un tomo adicional complementario, que es una edición facsimilar del Índice de Protocolos de Alajuela (1790-1850) del Archivo Nacional.

En cuanto al trabajo de edición de las genealogías (que no estuvo a cargo de don Rafael Obregón), solamente extrañé que escogieran un método que no permite la visión de conjunto de las distintas generaciones porque, partiendo del tronco común, se desarrolla en cada caso toda la descendencia de cada hijo de ese tronco; es decir, está el tronco principal (familia inicial o rama troncal) y luego se desarrolla el hijo mayor (o que se supone mayor) con toda su descendencia, cuando se acaba la descendencia de ese hijo mayor, sigue toda la descendencia del segundogénito, cuando se acaba la descendencia de este, continúa la del tercer hijo y así sucesivamente.

 

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Rafael Obregón Loría (1911-2000).
(Foto: Dirección General de Cultura,
Ministerio de Cultura y Juventud).

 

No está mal, simplemente que –a mi criterio– no facilita la visión de conjunto de las personas que pertenecen a una misma generación (por más ordenado que esté en cuanto al uso de nombrar claramente las ramas).

Mientras, el método utilizado por monseñor Sanabria Martínez, parte del tronco común, luego desarrolla cada hijo con su progenie (en la segunda generación) y después la de cada nieto del tronco con sus hijos (en la tercera generación) y así sucesivamente, lo que permite ubicar juntos a todos los miembros de la familia que pertenecen a una misma generación: es decir, primero los hijos del tronco (hermanos entre sí, que en el caso de las genealogías de Alajuela también es así en este caso), luego los nietos del tronco (primos hermanos entre sí), después los bisnietos de la familia troncal y así sucesivamente.

Otro aspecto que podríamos señalar como defecto y que aún no comprendemos por qué se hizo así, es la repetición de los errores ortográficos de los apellidos que aparecen en los libros sacramentales: Melendres (por Meléndez), Banegas (por Vanegas), Benegas (por Venegas). No es que esos apellidos tenían esa grafía en aquella época, sino que se trata de errores ortográficos de los amanuenses de esa época, cuyos conocimientos ortográficos solían ser deficientes. De hecho, en cambio, no consignaron Bargas, ni Samora, ni Sumbado, ni Súñiga, porque interpretaron correctamente que son errores ortográficos. Si se quería llamar la atención del lector actual sobre las formas en que aparecían los apellidos en aquellos tiempos, bien se pudo haber citado en la introducción o, con una nota al pie de página en cada apellido, se habría explicado ese detalle.

Obviamente, las genealogías de Alajuela resultan fundamentales para todas las personas que tengan raíces remotas en esta ciudad y, generalmente, para muchas de las personas que proceden de cantones pertenecientes a la provincia del mismo nombre y aquellos de provincias vecinas.

Finalmente, el trabajo que realiza desde hace más de dos décadas el genealogista Gustavo Vargas Quesada sobre diversas parroquias pertenecientes a la provincia de Alajuela (Grecia, Poás, Naranjo, Sabanilla, Sarchí, Zarcero y Villa Quesada hoy Ciudad Quesada–) y el que lleva a cabo desde hace un cuarto de siglo Ramón Villegas Palma sobre Palmares y Atenas, –ambos miembros de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica– serán un complemento que enriquecerá aún más las genealogías de don Rafael Obregón.

 

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